La verdadera cenicienta

La verdadera Cenicienta jamás encontró a su príncipe azul.  Sus hermanas y hermanos siguieron humillándola. Nunca aprendió qué era el amor: lo buscó, lo soñó en castillos de papel, y terminó casándose con un hombre violento que la abandonó tras pocos años.

La verdadera Cenicienta jamás encontró a su príncipe azul.  Soñó a través de sus hijas, especialmente de aquella a quien enseñó a ser princesa. Pero cuando su hijo creció y dejó de ser tierno, también lo dejó atrás. Cenicienta caminó buscando cariño en los brazos de su madre, de sus hermanas, y se perdió entre fiestas, amores fugaces y alcohol.

La verdadera Cenicienta jamás encontró a su príncipe azul.  Su zapatilla de cristal se convirtió en uniformes escolares usados por años, en viajes interminables para alcanzar una vida de palacios que nunca llegó, en borracheras que duraban días. Era una niña adulta, con cuerpo de mujer y vicios heredados de un mundo que jamás fue de cristal.

La verdadera Cenicienta jamás encontró a su príncipe azul.  Sus hermanas se burlaban a sus espaldas, le negaban toda oportunidad de ser como ellas, de tener los departamentos que su madre les regaló. Vivió a la sombra de no tener ni título nobiliario ni título universitario. Vagaba de casa en casa, mientras su madre, en vez de ayudarla, arrojaba sus cosas por la baranda.

La verdadera Cenicienta jamás encontró a su príncipe azul.  Sus hijos sufrieron sus vicios, su abandono en la búsqueda del amor perdido entre hermanas y príncipes borrachos que cambiaban de rostro. Vivieron el choque entre el cuento de hadas y la verdad cruda. Y crecieron así, con hermanas que se creían víctimas, enfrentando un mundo real que nunca hizo juego con la fantasía. 

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