La ventana: Y por qué no me gusta usar Whatsapp o cualquier aplicación de mensajes

 La ventana: Y por qué no me gusta usar whatsapp o cualquier aplicación de mensajes 


Recuerdo esa noche envuelta de noches como el silencio manchado por la lluvia. Mi hombro estaba recargado sobre la ventana, mis sueños mirando el reloj que sobrepasaba la media noche, mis sueños deseaban soñar algo que no podían soñar. Después mis ojos se apagaron, el ruido en mi estómago fue vencido por la necesidad de dormir, y me refugié en mi cama, mientras afuera las gotas del cielo se volvían el espejo que acompañaba el dolor de mi alma. 

Aquello que comenzó como un descuido, se convirtió en ritual cotidiano. No había golpes, pero sí la violencia de esperar: a que llegara un taxi, a que ella entrará la puerta, a que por lo menos sonara el teléfono para ver qué estaba pasando. Pero por días no pasaba nada: a lo mucho comida fría en el refrigerador; en el peor de los casos, pasar hambre durante fines de semana completos donde solamente había latas de atún y migajas de cereal.

En aquel tiempo no había golpes. Solo regaños, reclamos, descuidos, soledad y silencio. Sin embargo, sin saberlo, eso era suficiente para olvidar las pocas palabras que podía pronunciar, para olvidar hablar y concentrarme en los dibujos animados de la televisión, en la compañía de diálogos en inglés que no sabía leer en videojuegos que se convirtieron en mis sueños: no había golpes, solo sudor de dolor que corría por mis mejillas.

Así pasaba todas las noches, hasta que mi cuerpo se rendía al sueño. Y a veces hablaba con el espectacular de algún político cuyo rostro se volvía uno de mis tantos amigos imaginarios. Mientras mi cuerpo esperaba cualquier sonido de pasos por la sala, cualquier diálogo que comenzará con "ya llegué" que nunca llegaba; hasta que me acostumbré a llorar por llorar, hasta que olvidé cómo era ver el mundo a través de los ojos de los demás.

Así crecí con la soledad en la mano. Con la angustia de los silencios, sin la capacidad de comprender el mundo de aquellas personas que amaba; porque mi mundo era ese, de la necesidad de ver únicamente mi dolor. Y luego llegaron las nuevas ventanas, las aplicaciones de mensajes donde reproduje y repliqué el dolor del silencio de esa ventana: los mensajes de las personas a las que alejé con amor lleno de angustia dejaron de llegar.

Por eso borro aplicaciones como Whatsapp. Porque son el fantasma de esos días, los mensajes que ya no llegan de aquellas personas que hice que me bloquearan por la presión del temor de que no me bloquearan; por rogar que no se volvieran como ese fantasma vivo que esperaba cada noche a través de la ventana. En soledad perfecta que imitó en mis propios descuidos, en mis propios miedos, en las imposiciones: un adiós que desea convertirse en hola cada vez que borro e instalo de nuevo esos fragmentos de esperanza.

Por eso no me gusta Whatsapp. Porque me recuerda a la ventana de todas las noches, porque me encierra entre esperanza y decepción, porque se vuelve una plataforma para alejar como yo fui alejado, para sentir de nuevo cómo fui alejado y tener la esperanza de que no se alejen de nuevo. Mientras la lluvia rompe el cielo, mi corazón se vuelve a encerrar en los sueños de una compañía que supere la soledad. 


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