Quiero ser un payaso cuando sea grande

“¿Sí él que está tonto puede resolver multiplicaciones de dos dígitos, por qué ustedes no pueden?” Esas palabras las escuché de una maestra en mi segundo año de primaría que debió ser el tercero. Recuerdo que estaba aburrido en la clase, y los números me distrajeron por un momento mientras todo era silencio. No obstante, las palabras me dolieron como me dolía no estar en tercero, como me dolía haber repetido primero; porque ––por qué–– esas palabras me recordaban que seguramente yo era un tonto. 

Por los pasillos de esa escuela escuchaba rumores, fragmentos de rumores. Y en las cenas familiares me escondía en el baño escuchando repeticiones de rumores mientras olía fragancias con aroma a licor mediocre y perfume de tienda departamental de medio pelo. Lo que escuchaba, lo que sentía, lo que percibía se puede resumir en una sola oración no religiosa, pero sí dolorosa: “Repitió primero de primaria porque en su nueva escuela pensaron que tenían retraso mental”.

En ese momento, cuando escuchaba retraso mental, pensaba en que era un ser estúpido. Y los comentarios ese día, ese día que hice primero que todos una multiplicación de dos cifras, recordé que era estúpido, que debía de ser estúpido; después de todo, esa maestría no se hubiera burlado de mí si no fuera un estúpido, después de todo no hubiera estado cursando segundo cuando debía estar en tercero. Y por ello me arropé en esas dos palabras, retraso metal, y en sus mil sinónimos: tonto, pendejo, retrasado, imbécil, entre otros lindos adjetivos. 

A veces lloraba de noche. Otras veces recordaba cuando estaba en primero cuando debía de estar en segundo. Y me acordaba de un momento específico de esas veces, la ocasión en que preguntaron a toda la clase ––qué quieren ser de grandes—, y yo, frente a la risa de todos mis compañeros respondí que deseaba ser payaso: y de alguna manera ya lo era, ya estaba ahí en primero cuando debía de estar en segundo.  

Nunca fui normal, no tenía amigos, y lo único que sabía era que yo pertenecía a un grupo anormal de niños que eran retrasados mentales (tontos, pendejos, payasos, imbéciles, entre otros elegantes y sofisticados adjetivos que los adultos le ponen a los niños). Así que al demonio —qué quieres ser de grande–– payaso, quiero ser payaso, deseaba ser payaso, ya que después de todo, todo el mundo se reía de mi, pero todo el mundo me veía a mí. Quizás pensé que era mi único rol, quizás se sentía bien llamar la atención a cambio de mi dignidad, quizás me gustaba hacer reír a las personas, quizás buscaba reír todas las noches cuando pensaba que tenía retraso mental. 

––Necesito beber un poco de café, ya que tengo un fragmento de lágrima que provoca dolor en mi garganta––, no obstante permítanme continuar por favor de los favores. ¿Dónde estaba? Ah sí, me encontraba recordando ese momento en segundo de primaria cuando debía de estar en tercero, cuando esa maestra que adoraba a los aztecas y a Jesus por igual se burló de mí para burlarse de mis compañeros. Recuerdo que sentí enojado, recuerdo que quise llorar, recuerdo que no le dije nada mi mamá porque no quería hacerla sentir mal de que era una retrasado mental: tarado, pegado, mongol, idiota, pendejo, retrasado, imbécil, payaso, entre otros adjetivos que las personas con gran cultural blanden. 

¿Por qué nunca escribí esto? No lo sé, creo que nunca me sentí con derecho. Aún así, ese día llegué a casa sin contar cómo me había ido en la escuela. Y con el mayor de los silencios me encerré con él, mi mejor amigo de ocho bytes con el que podía tener aventuras en un mundo de plataformas con reglas y secretos los cuales estaban esperando a que dejaran de ser secretos, mientras que me imagina portando un gorra con la gran M (como mi apellido que tanto odiaba); no obstante, creo que esa noche lloré, mi mamá llegó tarde, y solo el viento escuchó mis llantos. 

Y es que esa noche no sabía ni comprendía ni nada me quiso explicar, lo que realmente había pasado. Fue una tarde, cuando mi hermana que ya no está en mi vida me contó (quizás para hacerme sentir mal), que en esa escuela donde me hicieron deambular en primero cuando debía estar en segundo, pensaron que yo estaba en el espectro. Pero como la palabra autista, la definición de sus sospechas era demasiado elegante, los ecos en olas de playas agresivas con lunas desnudas solamente se limitaban a decir que era un retrasado mental y todo su tren de adjetivos. 

Por ello, a pesar de que comencé a encontrarme con personas que me decían inteligente (en los intermedios de tragedias), siempre viví con el temor de ser un retrasado mental viviendo un año o más en años escolares que no debía vivir. No lo sé, quizás fue el diplomado de la Universidad de Yale, el hecho de que cuento dinero como si fuera divisa de algún videojuego, el hecho de que escribo intelectualmente sobre videojuegos, o quizás porque ya deje de estar en la sombra de los primos con quienes me comparaban. No obstante, no saben cuánto me aguante para que las palabras se casaran con en este dolor para llevárselo a un castillo. 

Si le hubieran dicho a ese niño que quería ser payaso en donde estaría ahora, quizás les hubiera considerado locos, dementes, mentirosos y todo ese shinkansen de adjetivos. El niño que no iba al McDonalds porque su maestra no lo invitaba como a sus demás compañeros porque no sacaba buenas calificaciones por no saber hablar inglés, el niño que jugaba solo en las fiestas infantiles por temor a que se burlaran de él, y el hombre que todavía busca hacer reír a sus compañeros porque aún piensa que esa es la única forma de que lo vean. Aunque las palabras que hacen brillar al alma no tienen nada de malo, mientras no te lastimes el alma al decirlas. 

Pronto será mi cumpleaños, y como cancelé o postergué el viaje de mis sueños hasta octubre, decidí darme, darles, compartirles mi regalo. Quien una vez fue llamado un retrasado mental está estudiando un doctorado, tiene más diplomados internacionales que recetas de cocina que domina, y sonrié por fin en la escuela ahora convertida en academia. Quizás falta mucho, quizás estoy viejo, quizás me falta lidiar con la otra herida de ser considerado como una persona anormal, pero espero que ese dolor se sonría como un nuevo pétalo de flor de luna en la pared.   

     


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