Luciérnagas y reflejos


Creo que todas las personas buscamos compañía. Al menos eso pienso ahora aunque no lo pensaba en el momento. Porque en ese momento, cuando solía encontrarlo en el parque, pensaba que estaba loco cada vez que asomaba a verlo platicar frente a reflejo con una calma que nunca mostraba.

Era un día normal, uno de esos días normalmente soleados en resentimiento. Esa tarde, junto a Ricardo, él llegó a casa con la mirada clavada en el piso. Por un momento pensó en perderse, en desaparecer, pero aventó su mochila a la cama, agarró sus llaves, y montó su bicicleta hacia la glorieta cercana cubierta de árboles de jacaranda a medio florecer y mucha melancolía.

Su corazón palpitaba como solamente palpita la vergüenza, como solamente palpitan los sentimientos, como solamente resuenan los recuerdos, como solamente se pierden los anhelos. Nadie sabía por qué él siempre se marchaba a ese lugar cada vez más que se sentía así, cada vez qué pasaba días así, cada vez que quería se arrancar el corazón así, cada vez que su hermano menor lo defendía de niños de demonios que le clavaban la etiqueta de anormalidad y de idiota, cada vez que lloraba en soledad así. Y al señor Niche no parecía importarle, porque todo el mundo sufre a su manera, porque hacía él sentía que hacía lo suficiente con mantener vivo al hijo de la mujer que tanto había amado. 

Y cómo a nadie le importaba el por qué, él se escapaba al mismo lugar,  ya que él sabía por a nadie le interesaba el motivo ni detenía a preguntarse un simple por qué. No obstante,  Ricardo opinaba que quizás su hermano que no era su hermano quería perderse en la soledad que solo las gentes que no saben enfrentar el dolor encuentran agradable. Aunque esto me lo contaba, me lo decía, con halo de resentimiento detrás de su estoicamente falsa sonrisa.

En realidad Roberto Niche buscaba un reflejo. Un reflejo en cual podía verse y hablar solamente en la tranquilidad amable de los fragmentos que el mundo de los espejos de una fuente que estaba escondida bajo las escaleras hundidas de rotonda rodeada de grandes árboles mostraba. Por eso él iba ahí para hablar solo, y también iba ahí porque ésta era la fuente más cercana a su casa dado que aún le daba miedo pedalear hasta el Parque de los Duraznos donde sus fuentes eran las ideales para perderse en compañía de una aparente desesperación amable con la desilución.

Quizás aquello era un acto de locura. Y él lo sabía bien, porque cualquier persona en su equilibrado juicio pensaría que alguien que habla solo con su reflejo es un dementé. Aún así, le hizo una promesa a ella; y le juro que al despertar de su sueño, la buscaría del otro lado de reflejo. 

Y esa era una promesa de ir a secreta de encontrarla cada vez que él se sintiera triste. Asimismo, era una promesa que jamás le dijo porque someramente se puso contento de despertar después de que ella le dijera su nombre. Aunque era una promesa que ella sintió, percibió, abrazó y se dejó abrazarla, porque así ella en ideal perfectamente imperfecto de palabras que se dedicaron a escuchar sus palabras. 

Así que esa vez, como tantas veces que seguramente no me quiso contar, fue a la fuente a hablar con su reflejo que en realidad era el de ella. Y por un momento esperó a que el día se pusiera elegante con su vestido de noche para estar solo, para poder verla antes de que ella se fuera a dormir casada por su propia noche. Y con ello estar ahí, bajo el violín de la soledad acompañada con los violines de estrella, era la parte del día que calmaba los fantasmas de sus recuerdos y de sueños. 

Él se asomó a la fuente. Su mundo se convirtió en el mundo de ella. Él le dijo un hola cómo estás, y ella volteó con una enorme sonrisa para después correr hacia el puente de madera y asombrarse para asomarse para verlo con más claridad y responder con un —estoy más que bien porque por fin decidiste asomarte a saludar—. 

Ricardo se sintió tranquilo. Su pecho aún dolía, sus piernas tenían ganas de correr y perderse en otro lado, su alma lloraba mientras su mente gritaba, pero se sintió tranquilo. Ya que en ocasiones, como ella me dijo, las personas sufren cuando están solas y siempre es bueno encontrar un poco de compañía aunque esta sea en los ecos silenciosos de nuestras palabras o los espejismos que vemos frente del otro lado reflejo, y por ello el dolor y el tiempo cambiaron.

Hay dos clases de tiempo. Existe el tiempo fugaz y el tiempo trascendente. El primero, es tiempo de la rutina, del hábito, de las palabras que se olvidan, de los detalles que se pierden; el segundo, es el tiempo de las cartas, de los aromas, de las largas conversaciones que cuando se mencionan activan recuerdos porque se repiten y se revientan de forma permanente.

Y ella estaba ahí. Para acompañarlo mientras él se que quejaba y hacía pinturas de palabras azules en tonos morados sus labios estaban murmurando y recordando:—que estoy solo, quiero llorar, pero no tengo a nadie, pero te tengo a ti, aunque seas un fragmento roto de mi mente que apareció en mi sueño cuando más la necesitaba. Pero de momento me pone alegre vivir en este tiempo trascendente junto a ti que seguramente no estás ni aquí ni allí—. Y ella, que tenía una muñeca de paja en sus manos, solamente respondió con una sonrisa mientras las luciérnagas que volaban sobre el río debajo de su puente bailaban con el reflejo de aquel niño cuyo rostro el malo para mentir y para esconder sus sentimientos. 

La luna salió, él dijo un ahora vuelvo. Sus pies montaron los pedales, y con su bicicleta avanzó hasta otra rotonda con otra fuente sobre la glorieta que aceptaba sin penas su tristeza. Ahí, en la otra fuente, él se asomó de nuevo y le dijo a ella:—lo siento, no sé qué me pasa, solamente quiero escapar de esta soledad que me ata con sus sombras. 

Ella solamente dijo que encontraría su espada. Él sonrió mientras apretaba sus puños y se preguntaba si estaba loco. Pero no importaba, realmente no importaba, y mientras sus sombra bailaba con los chorros de agua,  él cerró sus ojos y agradeció a que esa guía secreta lo estuviera ayudando a salir de la soledad, porque todos buscamos compañía que se vuelvan palabras que no se cansan de escucharnos, porque todos queremos un tiempo trascendente que sirva como venda que nos ayude a trascender la soledad y los recuerdos dolorosos. 


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