Reflexiones 2023: agradecimiento



Este año fácilmente pudo haberse convertido en uno de los peores cuatro de mi vida junto al año negro (1995), el año gris (2003) y el año azul y carmesí (2016/2017). Fui rechazado tres veces por dos personas que pensé que tenían un interés romántico en mí, le dejé de hablar a varias personas importantes, varios amigos me dejaron o se apartaron de mí por razones que considero justas; además de que la nube que coronó la tormenta de pérdidas se asomó bajo la muerte de mi mejor amigo: el gran ingeniero Chava. Así pues, la soledad se convirtió en la emoción constante de nueva cuenta, la sombra que deambula a mi lado, la amante de esa noche, de esa cama vacía: y junto a la soledad durmió el des-amor, el hueco intenso sentimiento en conclusión realista de que tengo muchos defectos, y que nunca seré amado porque soy feo, porque no soy lo suficientemente estable, porque no me lo merezco. 

Y creo que es fácil, muy sencillo, como caer en el romance en una botella, echarse la culpa, llorar de rodillas, abrazar el infierno; porque todo eso es familiar, y los seres humanos nos aferramos a lo familiar. Es difícil ver lo bueno, de hecho es hasta peligroso ver siempre lo bueno, sobre todo si caímos al fondo de la espiral del cuasi objeto celestial que se vislumbra en la noche. Y así, para mí, siempre ha sido lo más común echarme la culpa, lastimarme, pensar que soy físicamente horrible, intelectualmente torpe, entre otras virtudes desvirtuosas. Vaya, hasta luego pienso que yo soy poseedor de algún trastorno o de que camino a lo largo de en algún espectro como espectro de fantasma que busca encontrar un por qué de un qué. 

Es complicado saber qué está mal contigo. Y en el intento de saber, más si careces de orientación puntual, te pierdes entre laberintos de quizá, de a lo mejor, de probablemente, que te hacen colgarse etiquetas que sirven tanto para comprenderte como para justificarte. Yo estaba cayendo en esa trampa mientras mis palabras callaban ante la incertidumbre de lo que me estaba pasando: ansiedad, espectro autista, bipolaridad, todas esas fueron etiquetas a las que me aferre para explicarle a la gente, en especial a las mujeres que me atraían, qué demonios pasaba conmigo y el por qué de mis acciones.

Al momento de escribir esto, no quiere decir que me haya dado cuenta que estoy bien y soy de lo más normal, o que mis acciones en sí no tienen gatillos que las disparan: sólo que ninguna de estas tiene justificación en palabras cual adjetivos que te hagan sentir especial en tragedia carente de empatía, o en diagnósticos que contengan un instructivo para explicar y compartir con alguién todas tus conductas. No, no estoy dentro del espectro autista pese a que alguién en el espectro me lo haya dicho: ahora que recuerdo, ese diagnóstico se desechó en las pruebas que me hicieron cuando tenía apenas seis años, y en las que salí sólo como un chico tímido. Sí, la ansiedad forma parte de mi vida, y lo ha hecho desde los últimos 29 años, pero esta no está justificada por un desbalance químico, o una bipolaridad heredada de mi lado paterno: la raíz de esta es más compleja, pero y me roba, para bien, de nuevo de etiqueta de persona especialmente incomprendida.

Hay un momento donde te tienes que hacer responsable de tus acciones, pero ese momento no se da ni culpando a tu persona ni justificando a esta. Una de mis palabras favoritas, la que me dio las primeras escaleras para salir de la espiral hacia abajo de este cuasi objeto estelar (referencia para los fans de astronomía), es la siguiente: compasión. No sólo implica acompañar al otro, o en este caso a ti mismo, en tu dolor, sino también ser responsable de tus acciones: buenas y malas. Aún así, la compasión es digamos sólo la mitad de la cadena de ADN, y requiere de otra pieza para que tenga efecto: esa pieza es el agradecimiento.

Creo que sé por qué ahora mucha gente asiste a la iglesia, sinagoga, mezquita, jinja, otera, o cuánta unidad religiosa comunitaria exista. Estos lugares, más allá de una comunidad, ofrecen compasión, pero sobre todo agradecimiento. Cada una de las rutinas, cada oración, cada fragmento de acto de fe, por más falsa o cierta que sea, gira en torno a dar las gracias a un dios, a un buda, a un kami, a la naturaleza, a las buenas acciones, a las buenas lecciones, y aquello que la vida te pone en el camino. 

Pero no hay compasión sin agradecimiento, ni agradecimiento sin compasión. Como la ansiedad y la depresión, estas dos conductas bailan juntas en el piso de baile entre la espiral viciosa y la virtuosa. Se requiere compasión para apagar las voces externas que se vuelven en conjugaciones intensas del verbo deber (deberías, debiste, deberás, entre otras) que te atan un hostigamiento de culpa, de revictimización, del cual es casi imposible escapar. Y se requiere agradecimiento para ver las cosas desde otra perspectiva, ver el vaso medio lleno, dejar que esa sonrisa no nazca de un deberías sino de darse cuenta de lo que se ha conseguido, se tiene, y aún se puede conseguir sin caer el tóxico pensamiento positivo de sonreír sólo porque deberías. 

Ahora bien, en estos momentos me doy cuenta que soy una persona positiva de closet. Si voy a comer, casi nunca me quejo de lo que no me gustó y suelo hablar maravillas de lo que me encantó; si veo un refrito de una serie cargada de nostalgia no me voy a la tierra de Musk a quejarme (aunque que me quejé ahí y en otras cuasi plataformas sociales porque pensé que era cool y una persona que me gustaba me bloqueó, pero esa es otra historia), y siempre he celebrado el videojuego que esperaba desde hace años, el nuevo anime, los viajes a los que fui, entre otras cosas. De hecho, eso me hace un pésimo dictaminador académico, aunque hago mi mejor esfuerzo en encontrar e informar de las áreas de oportunidad en lo que me toca leer. 

La gratitud es quizás el escalón más difícil de subir. Este mundo individualista, extrovertido, lleno de libros de autoayuda (aunque tengas que comprar el libro o el curso que viste en TikTok) siempre te empuja a sonreír todo el tiempo, no quejarte, no llorar, manifestar lo que quieres y mil formas simples que son tan diuréticas como los discursos que las promueven. Por ejemplo, uno de los pasos más difíciles que puedes dar es ignorado, y por su dificultad casi siempre es cuesta arriba, pero sin él nunca habrías entendido el significado de la gratitud; esto es, vencer al director de orquesta de la danza entre la ansiedad y la depresión: el resentimiento; y dejar de lado el resentimiento, o perdonar, no implica necesariamente reconciliación sino dejar de sentir una y otra vez y con la misma fuerza esas lágrimas que se pegan como cristales de hielo en la parte más oscura de la carne de tu alma.

Y con ello considero que antes de pintar de blanco hay que lijar toda la pintura gris que manchó la pared de nuestra alma. No puedes saltarte ningún escalón al subir porque corres el riesgo de caer. Y ahora, estoy con cuña en mano quitando los últimos resquicios de esa pintura que manchó cada rincón de mi interior para comenzar a rellenar con colores alegres, con cambios más visibles, esta etapa de mi vida; y curiosamente, esto ya se ve reflejado en detalles como pintar mi departamento después de casi 26 años.

¿De qué estoy agradecido este año? Excelente pregunta estimado auditorio imaginario: de las tortas de tacos, fácil respuesta, literalmente es una torta con tacos adentro. Ligeramente, en un hablar más serio, tengo que pensar en cómo percibiría mi yo de esos años oscuros a la vida que en estos momentos llevo, y creo que lo primero que diría, sobre todo ese niño que siempre jugaba sólo a las horas del recreo y que le mandaron a hacer los estudios sobre autismo porque no es “normal” que un niño sea introvertido donde se premia a lo extrovertido, sería: “––¿Así que no soy un tonto, estoy estudiando un doctorado, incluso sé inglés y he escrito cosas científicas en inglés? Diantres, si la maestra del maldito Colegio Montini que se burlaba de mi inglés y miss Pilar me vieran ahora se quedarían con la boca cerrada. ¿Espera, y encima escribes sobre videojuegos, de qué demonios te quejas?––”.

 Este año rompí el techo de muchos imposibles. Escribí mi primer artículo académico en inglés, en una revista de Springer-Nature de todas las cosas. Tuve mi primera referencia a uno de mis trabajos, di una sesión de seminario en el departamento de Matemáticas y Cómputo de una universidad en Reino Unido, mi tesis de maestría le llamó la atención a unos investigadores del Perú, hice mis primeros dictámenes y revisiones académicas lo cual me llena de humildad, y encima (de nueva cuenta) aceptaron un trabajo mío sobre videojuegos. Literalmente agarré la escoba y rompí muchos techos de imposibles que se me habían impuesto; y pese a todo, pese a todo el dolor, conocí lugares hermosos en Japón y compartí grandes momentos con mi madrina que luego me quiere partir la mandarina cuando me pongo intenso.

––¿Espera, nadie te molesta, nadie te grita, no tienes un gran adversario que te odie?–– preguntaría mi yo de los años grises. Y pese a que no tengo certeza de hacía dónde va mi vida, tampoco tengo la incertidumbre y ceguera de tiempos pasados. Además, debo de agradecer la estabilidad por la que muchas veces rogué, y la libertad que muchísimas personas quisieran, incluso a mí mismo me hubiera encantado tener un ritual de lo normal donde no tuviera que levantarme a las seis de la mañana para llegar a las diez de la noche entre el ritual de la escuela, trabajos mal pagados y comer lo que fuera; además de que la música, esa ala rota, volvió a surgir de mi espalda en la forma de una nueva canción y esa sonrisa que pensé perdida al momento de tocar la guitarra.

No encontré el amor y me rechazaron tres veces, pero al menos lo intenté. A veces vuelven los miedos que me paralizan el corazón y me hacen actuar mal: llamé a gente que no quería saber de mí, grité con rabia y sentí tristeza. Pero también descubrí cosas nuevas. Aprendí que perdonar no es lo mismo que reconciliarse y dejé de odiar a quien me hacía daño. Al final entendí que estar agradecido conmigo mismo y con lo que tengo no significa fingir que todo está bien. Y no todo fue malo, porque la muerte del gran ingeniero me ayudó a recuperar a un gran amigo después de más de 15 años.

No soy especial, no estoy dentro de un espectro, no tengo una locura incomprendida. Sólo soy una persona que sufrió mucho, que tiene demonios que de vez en cuando salen por las grietas de las heridas de un alma que aún sana del todo (aún); pero aún así, pese a quejarme todo el tiempo, pese a tener miedo y ansiedad por vivencias pasadas, no he dejado de luchar, de avanzar, de subir esas primeras escaleras hacia arriba que son las más difíciles de trepar. A quienes se han ido, muchas gracias porque me dejaron ver en qué puedo avanzar o quién debo de dejar partir y por qué; a quienes se quedaron y regresaron, espero que continuemos esta aventura juntos de existir, aunque sobre todo, gracias gente bella que me ha aceptado con virtudes y defectos incluso en aquellos años donde todo lo veía en tonos negros.

Aún así, hay algo más vergonzoso que debo admitir: tengo miles de grietas de traumas en mi piel. Hay una palabra que conlleva un estigma poderoso y que discutí mucho con mi psicoanalista, trauma. Aferrarme demasiado a una relación, mandar mensajes constantes, llamar a horas inoportunas, sentir ansiedad por viajar, por salir de mi casa, por ser rechazado, por enfermarme y no tener quién me cuide, entre otras cosas. Y todo eso resultó en cientos de golpes a lo largo de mi vida (sobre todo en ese periodo donde los ojos de ese niño sólo buscaban una caricia o un poco de protección) que se fueron acumulando. Por ejemplo, en mi familia hay personas que se reían al recordar que al caerme de bebé en primeros pasos, me ponía a llorar y nadie llegaba a auxiliarme (no les culpo, seguro algo les causa esa insensibilidad).

Y esto, junto con insultos, noches y días sin comer, abusos de todo tipo, humillaciones, golpes, soledad, comparaciones, expectativas irracionales, etiquetas, mil veces la palabra deberías, mentiras, manipulación, chantajes, generan que las sombras salgan por el disfraz y la actuación de mi conducta en una actuación impulsiva que es difícil de explicar más allá de un enlace en que se manifieste de forma sencilla. Así pues, preferí explicar mi “actuar así porque sufro de ansiedad (más allá de los traumas)”. Además de la explicación, errada, de una persona que me dijo que tenía autismo (sin saber que ese diagnóstico se había desechado) dado que esto explicaba mi ansiedad y mi baja capacidad de entender las emociones, cuando esto no es más que un producto del miedo y la absoluta desconfianza que de alguna condición especial; de hecho, esto mismo hizo que me volvería hipervigilante y que no ponga atención en lo que escribo, además de esa voz de niño, y hasta hace poco, de repente se rompía, y si lloré al usar Chat-GPT por primera vez es porque esta herramienta corrige los descuidos que simplemente no puedo ver en esta voz que es el reflejo de mi voz en el verbo escribir.

Asimismo estoy agradecido con mis amigos. Algunos se fueron, algunos regresaron, pero creo que he encontrado un grupo que me ha aceptado como soy y que tiene paciencia con muchos de mis momentos cuando los fantasmas del pasado toman control de mis acciones. La amistad es una palabra rara, es básicamente el pico máximo de toda relación, ya sea amorosa, entre miembros de tu familia y con extraños que se convierten en familia al transformarse en amigos; así que, estoy básicamente agradecido con esas semillas regadas en el tiempo en forma de primos, tías, hermanos medio locos, compañeros, colegas, y gente que tenía aventuras a los rincones de una ciudad donde no corría el metro, porque sin ellos, y mucha gente que me ha ayudado en el camino, yo seguiría siendo el chico miedoso y tímido que siempre jugaba solo a la hora del recreo.

Hay un alma que no se puede olvidar, que no se debe abandonar, y que jamás se debe maltratar. De niño, en un momento en que me escondía al escuchar la puerta, en que pasaba hambre sin contemplar las estrellas, en que lloraba abrazando mis piernas ante una soledad que era tan cruel como la compañía, había una pequeña gata negra que siempre se acercaba a mí cuando estaba triste, pero a la que en un momento de ira aprendida, repetida, interiorizada, le corté los bigotes. Ahora, en estos últimos nueve años en que han ocurrido muchos llantos, muchas flores cuyos pétalos vuelan en el abismo de las mariposas muertas, mi pequeña Momoka, mi hermosa gata de duraznos, me ha brindado su compañía junto con los otros dos locos: le agradezco, pero espero que el otro año la trate mejor con eternas sonrisas que correrán más conforme las rocas del dolor se erosionen y dejen correr mi torrente de alegría.

Y si estás leyendo esto, primero que nada tu paciencia merece el mejor de los premios, ten en cuenta que lo compartí de manera personal contigo porque me importas, me agradas o estoy agradecido contigo. Ya hace mucho tiempo borré casi todas mis cuentas en plataformas sociales (salvo Whatsapp, porque de otra forma estaría muy aislado); sólo abrí Instagram de nuevo por el tema de las apps de citas para después borrarlo, dado que, considero que esas plataformas que se alimentan de nuestra atención no hacen más que generar un sentido muy falso de identidad. Además, hay algo oscuro en la comunicación como broadcasting, donde en lugar de compartir directamente con las personas que amas, simplemente transmiten mensajes, fotos y videos, con la esperanza de obtener un like en gratificación instantánea (hay varios estudios sobre eso).

Finalmente, seguramente me pasaré la navidad y año nuevo sólo por el momento que paso con algunos integrantes de mi familia. No obstante, eso ya no importa, porque jugaré videojuegos, me pondré nervioso con el viaje a Japón y descansaré como cada lunes. Además, estoy seguro de que en alguna parte de mi país, o incluso del mundo, habrá dos o tres personas pensando en mí: en este sujeto con extraño sentido del humor, ligeramente bastante ansioso, y con una personalidad que a pesar de no caer en el espectro, aceptó que es sumamente rara: les estoy agradecido, les quiero, y espero dar otra vuelta al sol a su lado (y sí ingeniero Chava, vencí a Ganon mientras tú comenzaste tu aventura por el cielo).








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