¿Por qué escribí una tesis de maestría?

Una de las promesas que me hice este año fue escribir un blog. Creo que la mejor manera de empezar es ilustrando el por qué de mi más reciente de mis travesías académicas bajo la forma de una tarea que no debió quedarse perdida en una salón de clases. Por consiguiente, mis estimadas lectores imaginarios bajo la forma de cuervos curiosos, les dejó una breve pregunta y una gran respuesta. 



¿Por qué él hizo una tesis de maestría? Playlist: Príncipe Cuervo 


Una tesis con cuatro alas


Todos tenemos alas: alas que no podemos ver, alas que nos cobijan cuando el calor resquebraja nuestra piel, alas que están ocultas bajo la incertidumbre del miedo y alas, alas que simplemente no hemos descubierto. Las alas nos guían, nos dan fuerza, nos hacen caminar hacia delante incluso cuando no sabemos qué hay en realidad en ese adelante. Sin embargo, a pesar de que nacemos cobijados bajo esas alas, en ocasiones tenemos que pasar por un largo proceso para encontrarlas, y otro largo proceso para encontrar la sabiduría y la fuerza que nos quieren transmitir. 


Primer Ala, el sueño que no debió ser soñado


La curiosidad es una virtud, una cualidad, una habilidad que normalmente debe de ser cultivada por aquellas personas normales que visten con honor las ropas con la etiqueta que dice inteligente. Sin embargo, hay ocasiones en que la curiosidad es encontrada por aquellos que no deben de encontrarla, por gentes que no deben de adentrarse en sus mares porque no tienen lo que las personas consideran correcto para navegar por esas aguas. Una persona que persigue la curiosidad, que vuela con esa ala, tentativamente es alguien que habla, levanta la mano y se destaca entre sus pares: no un niño sentado al rincón de un salón de clases contando, cantando, los minutos para que eso termine. 

Ir a la escuela, la escuela misma, era una tortura, y parece que las gentes enseñadas para enseñar compartían el mismo sentimiento pero en contra de él. Con el mayor de sus saberes, los hechiceros con el poder de educar le hicieron repetir primero de primaria, y con ello le pusieron una marca que indicaba que ese niño era poco menos que un mediocre; el estigma de un tonto y fracasado. ¿Y cómo no iban a pensar eso?, él no era un niño normal, no hablaba, no tenía amigos y simplemente miraba: escuchaba. 

En el primer par de escuelas él deambulaba con un discurso argado de rituales religiosos que siempre consideró por demás estúpidos. Ahí, las maestras de años no tan sabios, solían burlarse de su presencia ausente, de su voz en silencio, y de su pésimo ingles. Y cuándo la realidad del dinero lo hizo cambiarse a escuelas donde la bandera reemplazó a la cruz, él seguía aislado, con una voz que nadie entendía, y con uno que otro compañero que fungía como su traductor. 

Sin embargo, fue en esos tiempos, en una habitación a la que tenía prohibido entrar, en los que ese niño encontró su primer ala. Era una tarde, de algún día que seguramente estaba guardado en los fines de semana, sus pasos entraron a la cueva de su hermana y sus ojos miraron un televisor con cable donde un canal de paga transmitía documentales. En ese momento su vida cambió: comenzó a tener pesadillas de meteoritos chocando contra la tierra, sueños de viajar a zonas arqueológicas para descubrir los secretos de las gentes y miraba con maravilla a los animales que eran las estrellas de esos programas tan mágicos.

Años de silencio…, historias que no pueden y no deben de ser contadas en este espacio, él se inscribe a una escuela vespertina donde muchos otros niños también repitieron años. Ahí, en una clase de historia, con toda la incertidumbre de su tiempo, ese niño por fin levanta la mano, y con base a todo lo que había escuchado, visto, aprendido, soñado, por fin se hace participe de la clase. Por dos años, los últimos de la educación básica, sus calificaciones se elevan y su voz se escucha: la curiosidad se había vuelto su primer ala; aunque esta, por si misma no podía levantarlo de todas sus caídas.  


Segunda ala


Todas las gentes tienen momentos en las que desean escapar, huir perderse en algún lugar donde nadie los alcance, sobre todo cuando la sombra del descuido viste la ropa de su alma. Las gentes escapan en viajes, en fiestas, en bailes, y en los templos de mil profecías en dónde buscan ese algo que calme su corazón inquieto. Pero todos esos escapes, o la gran mayoría de ellos, están rodeado por gente: bailar en solitario es casi una locura, hacer una fiesta sin nadie genera lástima por demás tristeza, y rezar en soledad es algo que tiene sentido únicamente cuándo hay fe que sostenga ese acto. 

Ahora bien, no quiere decir que bailar esté mal, más bien, es un poco engorroso cuando esta práctica se da rodeada de personas o bajo el estruendo de música de quince años. Quizás, mil veces quizás, si él hubiese visto la película de Billy Eliot en estos momentos estaría perdiendo su ser bajo el viento de las acciones encarnadas en el movimiento de su cuerpo. Pero, bailar en ese momento representaba gente, y la gente representaba cansancio y agotamiento.

El primer resquicio de algo que podía hacer solo, de ese movimiento que podía realizar de forma egoísta, tranquila, sin necesidad de estar con alguien, llegó en un regalo de reyes magos que en realidad eran tías mágicas. Una mañana, de un enero olvidado, llegó una bicicleta: un buen regalo que en ese momento, al no ser un juego de Nintendo, fue más que olvidado. Asimismo, el desprecio a esa bicicleta, a ese par de ruedas repletas de terror, tuvo que ver justamente con el miedo; miedo a caerse, al dolor, a la perdida.

Sin embargo, los años pasaron, esos años que no deben de mencionarse, y el en momento en el que él necesitaba otra cosa para ser él, llegó, apareció, otra bicicleta. Sus quince años de vida vieron al caballo de dos ruedas con suprema sospecha, mientras su tía pensaba que de nueva cuenta había hecho un gasto mal gastado. Sin embargo, de la misma forma en la que aprendió a nadar, el vio a esa cosa hecha de acero y se montó para rodar, por primera vez rodar, a lo desconocido.

La acción de pensar sobre dos pies se convirtió en la acción de pensar sobre dos ruedas, y con la ayuda de viajes semanales a un desierto que en realidad es un bosque, él comenzó a encontrar algo que literalmente rodaba bajo sus pies. Por lo que, durante los últimos suspiros de una educación secundaria llena de descuidos, esa bicicleta, y la otra bicicleta porque la primera fue robada, se convirtió en una especie de escape y una forma de ser parte del viento. Así pues, mientras la primera ala estaba rota, la segunda lo levantaba, lo hacía olvidarse del todo, mientras el aire frio soplaba contra su rostro y sus sueños se llenaban de juegos olímpicos y aventuras en las montañas.

Tercer ala


Todos tenemos sueños que no quieren ser soñados al tiempo que la realidad se diluye bajo la forma de una alucinación fantasmagórica. En ocasiones las sombras del olvido visitan tu cuarto, se escurren entre tus cobijas, y besan tu frente; no para hacerte daño, no para herirte, no para trastocar tus recuerdos sino para esconder en algún lugar aquellos recuerdos que representan tormentos y para únicamente dejar escapar la luz de una memoria que fue un bálsamo en una tormenta. Y una noche, en un lugar que no debe de ser mencionado, con un estómago que había olvidado el sabor de una cena cálida, un recuerdo en medio de una noche tibia nació para ser recordado.

Él tenía hambre, y trataba de dormir para olvidar esa hambre, solo que salvo esa noche y únicamente esa noche el hambre fue olvidada con la ayuda de otra cosa. A lo lejos se escuchó el sonido de la puerta, alguien entró, --¿enemigo o aliado? Después él escuchó la voz de su hermana, y más tarde de su novio hecho de seis cuerdas. Ambos charlaban en la sala, mientras que él intentaba cerrar los ojos, olvidar sus pensamientos, y ponerle un cerrojo a su alma.

No obstante…, bendito sea ese no obstante, la música de gentes con pelo largo que escuchaban se transformó en algo distinto, una melodía alegre, una Serenata nocturna hecha con las gotas de un piano. Él se levantó de la cama, caminó un doloroso pasillo, llegó a la sala, miró a su hermana y a su novio, y con luz en los ojos que no había brillado en meses, preguntó: “¿qué es eso?”. Ese día su corazón escuchó a la tercera de las alas, un ala que permaneció dormida con el cambio de las estaciones y con música Pop propia de la burla de los sabios de sonidos.

Cuatro primaveras transcurrieron, los años que no se deben de mencionar se sepultaron con la angustia y la ansiedad pero, una tarde, una de esas tardes que las gentes usaban para ver videos con cable robado, él escuchó una canción que le hizo reencontrar esa ala. Un grupo de rock californiano cantaba una melodía pegajosa, en retrospectiva algo tonta, que no obstante le hizo recordar aquel momento cuando escuchó la serenata de la noche. Esa tarde le rogó a su madre no zapatos, que no tenía; no videojuegos que no podían comprar; no un nuevo uniforme de la escuela que necesitaba, sino un disco.

Así pues, bajo ropas con zapatos rotos, pantalones escolares que se estaban convirtiendo en bermudas propias de la playa, y un cabello que debía ser cortado, él se encontró con la música. Inmediatamente comenzó a estudiar más sobre esa cosa fantástica, y hasta le rogó al novio de su hermana que le enseñara a tocar el bajo. Ahora bien, a pesar de que la pareja hecha de metal de su no tan amada pariente era guitarrista, el accedió a su petición, al prestarle…, bueno, una guitarra, y así, el bajista destinado a nacer jamás nació; aunque un ala comenzó a sostener su vida, a pesar de que esa guitarra fue robada, a pesar de que tardó años y centavos en aprender a tocar, y años más en tener un instrumento que fuese suyo.


Cuarta ala

  

Los seres humanos somos una especie estúpida, y algunos literarios de bares de mediana muerte nos considerarían un animal por demás pendejo. Caminamos y caminamos con nuestros bolsillos llenos de anhelos y con nuestros corazones repletos de relatos que nos instigan expectativas que realmente no valen ni tres pepinos y un kilo de tomates por cumplir. Todos crecemos, creemos, pensando en que debemos de tener un sueño, y ese sueño debe de estar ligado a un talento amado, a ese algo del que nos debemos enamorar: la verdad, todo eso suena lindo pero es por demás estúpido ya que no nos deja ver aquello que realmente debemos de ver. 

Él era así, buscando algo en que ser especial, un talento que le permitiese ser reconocido, que le dejara comer en la primera mesa porque siempre fue tratado como plato de segunda. Transcurrieron días cuando la ansiedad comenzaba a rasgar su pecho y pasaron años bajo un gris descuido que se rehusaba a dejar una tormenta como la de aquellos días que no se deben mencionar. Había los signos de una amenaza, de algo terrible, de algo por demás elocuentemente nefasto; sin embargo, él todavía buscaba que una de sus otras alas los sacase de la oscuridad. 

Así pues, un día, una mañana de esas mañanas en que la depresión pisa tu sombra, él estaba en la escuela, con un par de boletos de Red Hot Chili Peppers en mochila, y con la amenaza de ser enviado al país donde la gente come tacos con queso amarillo en la mente. Por su cabeza no dejaba de sonar Otherside mientras que sus ojos miraban de manera estúpidamente obvia a un girasol que se encontraba sentado detrás de él. Finalmente, entre tanta tormenta que revoloteaba al interior de su estómago, sus manos sacaron una hoja de papel, su alma la observó renuente, y su espíritu comenzó a escribir su angustia con la misma intensidad con la que se prepara el más amargo café. 

El girasol de atrás miró la hoja, sonrió una sonrisa que él jamás había visto, y un elogio saltó de esos labios naturalmente rojos. Por un momento, por un largo momento, él sintió que había hallado, que había encontrado algo especial, que por fin tenía voz. Así pues, a pesar de que el girasol se cansó de que esta persona fuera brutalmente intensa, él continuó escribiendo cada vez que el punzón de los temores sacudía su pecho, cada vez que la amenaza del norte se cristalizaba, cada día que contaba para regresar a casa y dejar aún lado ese hogar de cholos y cristianos al que fue enviado para ser golpeado. 

Ahora bien, poco a poco las palabras comenzaron a cambiar, se convirtieron en una carga, en un ente que te da cariño cuando estás triste y que siempre maltratas cuando estás triste. Cada ataque de pánico desataba un nuevo poema, cada fracaso se transformaba en la letra de una canción, y cada anhelo se convertía transparentemente en un nuevo cuento. Asimismo las palabras se transformaron en el maldito talento, aquello por lo cual era reconocido pero al mismo tiempo malagradecido. 

Las palabras se volvieron así, por años, en un gato negro y cariñoso al cual siempre le pisas la cola porque no te brinda el reconocimiento de un gato más llamativo. Días y días pasaron, intentos de concursos fracasados, el reconocimiento olvidado, la atención desatendida; y las palabras como un lastre que no le brindaba amor, no le traía dinero, como algo que había roto su promesa de brindarle ese codiciado reconocimiento. No entendía, no comprendía, en ceguera insistía y comenzó a insistir con más fuerza, que las palabras eran un estigma que  solamente nacía cada vez que se abría una herida: las palabras eran un ala pero él, estúpidamente él, no lo veía así. 


   

Intermedio: Luis y el barril de sueños


Las gentes tenemos la necesidad de huir,  –¿y por qué demonios no? –, si huir es re-fácil. Pero escapar tiene otro propósito, otro objetivo, otra razón que no necesariamente se encarna en las artes que practican los cobardes, aunque este narrador suyo no tiene la menor idea si los cobardes practican artes. Huir, escapar, primpiar –esa palabra no existe pero se puede usar para presumir con sus amigos –, siempre se ha visto como una actividad poco sana, aunque en sí fue un regalo de la evolución para evitar ser botana de tigres o el plato fuerte de algún lobo: él escapaba para evitar ser devorado por la tristeza. 

Imaginen una noche oscura, bueno oscura salvo por un espectacular de un candidato a la presidencia que se asoma por tu ventana. Ustedes tienen hambre, están solas, y la verdad, todo eso genera una sensación poco agradable. No tienen amigos, porque los amigos son abusadores, aunque frente a su cueva no tan oscura, existe una historia que se han contado mil veces a través de una experiencia diegética en palabra que el narrador aprendió para sonar más sofisticado.

Ahora bien, piensen que esa historia que se han contado como unas tres veces porque era la única que les regalaron las tías mágicas, siempre es diferente porque justamente es diegética; entonces, puede servir como un magnifico escape, y en efecto para él, eso era. Con un control en manos un mundo se abría en la pantalla de luz azul; y por un momento, todo  estaba bien. Pero no solo eso, en ese mundo, en esa historia, existía algo más allá de un simple escape.

Cuando iba a la escuela y se escondía de los abusadores, él cerraba los ojos y escuchaba la música compuesta por el gran Koji Kondo. Cuando se sentía angustiado y no sabía que hacer, esperaba cada mes a comprarse una revista y leer las últimas noticias sobre el más reciente The Legend of Zelda. E incluso, cuando la cortina de la muerte descendía en el escenario de su vida o cuando la ansiedad se salía de control, él se perdía en los relatos, micro relatos y vidas de personajes que cobraban vida cada vez con más fuerza. 

Los videojuegos se convirtieron así en una caja de sueños, una botella repleta de aventuras, de romance, de música, de cuentos y relatos. Quizás no era un escape sofisticado que las gentes de padres más decentes encontraron para sus hijos. No eran una obra legendaria de música clásica, una pintura que desprende lagrimas encerrada en un museo, una obra de teatro para amantes sofistas o una película súper independiente que el mayor hípster le presume a un ingenuo iniciado.

Aún así, para él ese era su escape. Cada aventura, cada historia, cada fragmento lo hacían  adentrarse en mundos increíbles que él podía explorar a sus anchas sin temor a que algo malo pasara. Por ende, un enorme sentido de curiosidad nació en aras de conocer cada fragmento de la historia y cada detalle de esos mundos; un amor a la música comenzó a gestarse detrás de cada melodía; la ambición de explorar estalló mientras él se imaginaba el viento dentro de esos mundos reales pero no reales; y el amor a las historias se hizo presente con cada giro inesperado al que se enfrentaba.

Y quizás aquí está la primera parte de la pregunta que me hice al principio del titulo de este explosivo trabajo. Los videojuegos sirvieron como prisma de donde se desprendieron cada una de esas cuatro alas. Un gesticulo tecnológico magnificado por la imaginación de ilustradores, programadores, músicos, escritores y académicos, que en conjunto le brindaron, y le brindan, una enorme sensación de curiosidad encarnada en formato digital donde unos y ceros se transforman en un escape lleno de cosas increíbles.  


Las alas se rompen 


Silencio, únicamente silencio, una ola de un hola que se despide y nos sumerge se escucha. Así ocurre cuando la vida, el mar de incertidumbres, las mareas sin compasiones, traga y devora aquello que te sostiene. Lo mismo le pasa a las alas, a eso que procura una mano para evitar que caigas en la desesperación, y después en la angustia, y después en la depresión y en su amante ciega, la ansiedad. 

La primer ala se rompió una tarde de verano, ahí, en un salón de clases junto a un amor que nunca fue amado, el resultado decepcionante de un examen se hizo presente. Un verano se perdió, un año se desvaneció, y otro le dio la vuelta a la curiosidad mientras él miraba sus sueños, sus metas, romperse desde aquel país que inventó la comida china. Quizás ese fue el mayor revés, la mayor cantidad de años perdidos, la montaña que de la mano de una explosión incandescente se hizo aún más alta.

Él regresó…solamente para perderse de nuevo. Más años se evaporaron, la depresión besó con fuerza los labios de la ansiedad, y solamente una escuela que ahora es condominio le dio cabida. No sabía qué hacer, a dónde ir ni cómo alcanzar ese deseo. La curiosidad se escurría entre sus manos como arena seca que no deseaba estar quieta, como una simple ilusión de una estrella desvanecida por las nubes: él se había vuelto noche…

La segunda ala se rompió de manera más sutil, y quizás más tarde. Primero, y después de otro par de bicicletas robadas, se transformó en una ambición tremenda, en un sueño, una meta de llegar a convertirse en viento en movimiento desde el otro lado del mundo pero…, la necesidad de trabajar y de estudiar le hicieron botar ese sueño al tiempo que los paseos en las montañas cesaron y la angustia se volvió su ropa. Sí, él se compro otra bicicleta, quizás para recodar aquel fuego en su corazón, aquella ambición; quizás para acompañar a una cantante de demasiado talento con la que sepultó sus melodías. 

Y esa nueva bicicleta, de nueva cuenta fue robada cuando recién volvía a ser usada. El viento de dos ruedas, la reflexión en movimiento, la aventura de explorar, de indagar, de descubrir, se enmudeció como la última gota de lluvia. Un quinto intento, un intento más, despertó de la mano de recuperar eso que estaba perdido; sin embargo, con la duda de mil anhelos, con la suerte de este año donde sufrir se volvió moda, el ala se rompió cuando él estaba en pleno aire.

La tercer ala, el acto de resquebrajamiento de esta, quizás fue la más larga y dolorosa. Él aprendió, después de una guitarra robada, de otra guitarra raptada, de mil veces escuchar el --no tienes talento –que debía luchar aunque fuese arrastrándose por el suelo. Él aplicó para el conservatorio, la edad no le ayudó; él pasó el examen de la escuela nacional de música, el miedo y la edad no le ayudaron; él decidió besar el sueño, mirar las cosas desde abajo, apreciar su miseria y después… una voz nació entre seis cuerdas y un programa de computadora.

Más tarde, su música conoció la música de otra persona, de alguien cuya voz estaba hecha de melodías y de canciones que se entrelazaban con las suyas. Por un momento, por un breve momento, parecía que él, junto a esa luz hecha canciones, alcanzaría uno de sus sueños, una de sus metas: sus canciones, sus amadas melodías, la música hecha de dos almas, lograría trascender. Pero los problemas con ese amor que nunca fue amado surgieron en parte por esa situación, en parte por los problemas de ambos, y ese proyecto junto a Ambar, Ember, y Amber, quedó roto, y la música… olvidada.

La cuarta ala nunca se rompió, y esto porque las gentes no pueden romper algo que no ven, que no reconocen, que ni siquiera consideran valioso o que existe. Sí, hubo fracasos en premios donde la gente obtiene becas para hacer proyectos; sí, su desinterés en las reglas, sellos, formas, y trajes ortográficos y gramaticales jugaron en su contra; y sí, una soberbia de un talento sobre natural, jamás lo hizo progresar. Y así, aquello que lo empujaba y lo empujaba, y valga la redundancia, lo empujaba, siguió siendo algo obsoleto.

Nada odiaba más él que escribir, nada. Era como tener un rasgo de personalidad que no te habría ninguna puerta, un lunar que era curioso pero poco atractivo, una ventana en la cual solamente se paraban cuervos verdes y los cuervos verdes ni siquiera existen: --¿no existen verdad? Así que fracaso tras fracaso, él se levantaba, la ansiedad hacia el amor con la depresión sus dedos volvían escribir; se enamoraba y de nueva cuenta a echar mano de las palabras; fracasaba y ahí estaban las letras para consolarlo…, como siempre. 


Todo el dolor en el ojo de una aguja y la respuesta a la pregunta


En este mundo el tiempo es relativo, y valla que lo sé, tengo un certificado de la Universidad de Tokio que me acredita en esas cosas. Pero más allá de que el tiempo es relativo debido a que nuestro universo es re pinche raro, el tiempo también es relativo con respecto a las emociones de las personas. Esto es porque las gentes como seres curiosos, viseras carnales que por momentos son conscientes de su propia existencia, tienen sentimientos: sentimientos que alteran nuestra percepción del tiempo. 

Durante los últimos años, el tiempo se volvió raro, viciado, doloroso y atarantado, antes y ante sus ojos. Una tragedia dio paso a la necesidad de luchar, al tiempo que otra tragedia ocurría acompañada de una decepción que a cualquiera lo pondría en cama por lo menos por un par de relativos años. La primer ala… se volvió a romper, y no una ni dos ni tres, sino cuatro veces. Había una salida a una profecía: --de los creadores de él no va a terminar la secundaria llega “él va terminar trabajando como albañil por estudiar sociología”. La carrera académica parecía ser tanto el escape de esa profecía, así como el medio de alcanzar ese algo que debía alcanzar para alimentar su curiosidad pero, fracasó, cuatro veces, fracasó.

Aún así, con la mayor de las terquedades, con ya unos cuantos pelos blancos sobre su cabeza, y acostumbrado arrastrarse por el fango, él siguió adelante e ideó un sutil caballo de trolla para alcanzar sus objetivos. Parte del fracaso, de que esa ala no se curara, es que estaba intentando hacer las cosas usando su particular rebeldía, al tiempo que no hacía algo que él realmente quería hacer. Así pues, con una intención sofisticada que guardó en la funda de su guitarra, él ideó un plan y arrojó los dados a la bella mesa del azar.

Al mismo tiempo, su basto y vasto desprecio al transporte público, le hicieron reconsiderar ponerse la armadura de dos ruedas, esa misma que le había ayudado a explorar y a encontrarse con el viento. Sus ojos miraron posibles rutas, conexiones, lugares y mapas en los que él podría viajar con una armadura compartida. Y a pesar de que su más reciente maquina fue robada, a pesar de que la otra que compró de manera renuente se convirtió algo que textualmente rompió su mano y su diente, él, y su infinita terquedad, más allá del dolor y la promesa de renunciar, lo hicieron levantarse: --malditas combis, maldito metrobus, todo sea en aras de jamás volver a usarlos.

La música también comenzó a participar en está conspiración en la que únicamente él conspiraba. Al tiempo que escribía cosas respetables para lectores respetables, y pulía sus métodos para complacer a un público específico, él tomó la guitarra llamada Ámbar, y con sus melodías despertó la llama en su pecho. Así, incluso después de que se rompió su mano, e inmediatamente después de eso, comenzó a componer su camino hacía adelante.  

Ahora bien, fue justamente en estos años, raros, dolorosos pero no tan dolorosos años, que él al fin, por fin y finalmente se dio cuenta de aquello que estaba cargando con todas sus penas. Las palabras, después de darle soporte emocional le habían brindado la disciplina y la constancia que tanto necesitaba. Primero completó un libro, después dos, después tres, cuatro, cinco, y en el 2021 estará el sexto.

Él comprendió que las palabras lo sanaban, lo empujaban hacía adelante, y que estas no necesariamente nacían después de un mar de cosas poco agradables. Así pues, con un poco más de calma, con poco menos ansiedad, con la depresión siendo todo menos aquella capa que lo acompañaba, sus ojos escucharon el revoloteo de esa cuarta ala hecha de palabras, sus palabras. El penúltimo ingrediente de su conspiración, la cuarta ala que necesitaba para luchar con el fuego en mano y para convertirse en ese viento que tanto amaba, se presentó formalmente ante su ser.

Bien, creo que es hora de responder a la pregunta dado que de otra forma tendré una nota reprobatoria. La curiosidad, la aventura, la música y las historias o las palabras; todas estas cosas nacieron de aquel medio que él usó para escapar. Los videojuegos le hicieron ver un aspecto del mundo que no necesariamente era sufrimiento, despertaron en su ser una curiosidad que de otra forma se hubiera roto, le hicieron vencer su miedo y más tarde sus traumas bajo la promesa de explorar, y las canciones e historias se volvieron parte de su ser.

Así pues, después de cuatro intentos, él decidió abordar un proyecto de investigación que tenía que ver con los videojuegos, algo que lo obligase a relacionar no solo las ciencias sociales sino también las otras ciencias. Por consiguiente, y para evitar otra tragedia, él creó un trabajo de investigación centrado primeramente en el trabajo, para después alterarlo hacia el análisis de las plataformas digitales. Y después recoger esas herramientas con las que examinó el fenómeno y aplicarlas directamente a los estudios de los videojuegos y su impacto en la persona, en la sociedad, y en el corazón de aquellos que encuentran en ellos un escape.  

Todas las alas convergieron en un solo lugar, así como nacieron de un mismo lugar. La primera lo impulsó a llegar a la academia sin importar que camino fuera, la segunda le hizo buscar una escuela con rutas para evadir a las ratas de cuatro ruedas, la tercera le dio paciencia y entusiasmo junto a sus bellas melodías, y la cuarta fue su amiga, su amiga y su maestra. Así pues, de la mano de los videojuegos, de querer saber más sobre estos, él buscó la forma de encontrar algo que nos hiciera examinar cómo la tecnología y las mil ciencias ligadas a esta, afectan nuestras vidas.


Escapen, porque la verdad, es bien divertido.



 


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