Cha-iro 茶色

茶色

Lleno el lavabo de agua y meto mi brazo por completo. Mi piel se ve más blanca, más clara, más clara.

Por un momento, mi piel luce como la de mis primos, como la de la mayoría de mis tías, como la de esos niños mimados de la escuela a la que mi madre me metió para aparentar.

Salgo a la sala y veo una fotografía mía de cuando era bebé. Mi piel lucía más clara, y mi cabello era rubio. Por un momento pienso que ese niño no era yo. Después aprendí que mi madre aclaraba mi cabello para hacerme ver más blanco, más bonito, más claro, porque yo, siendo yo, no era aceptable.

Pasan unos años. Salgo a la sala y escucho una conversación. Mi tía bromea con su amigo diciendo que yo tengo la misma enfermedad que Michael Jackson, pero al revés. La escucho reír. No entiendo la broma, pero no necesito hacerlo para sentirme mal: no soy aceptable.

Un día regreso de la playa con la piel bronceada. Un tío, que ahora está en un partido de supuesta izquierda, me dice en tono de burla que ahora soy “un negrito cucurumbé”.

Reclamo, pero él me dice que era solo una broma. Me guardo el dolor en la misma caja donde meto otros dolores que considero no tan profundos, y sigo con mi vida. Busco el amor en mujeres blancas, pierdo el llanto de mis ojos al tratar de ver qué tan claros se ven bajo cierta luz: ¿hay algo en mí que sea aceptable?

Un día, una tía me dice que lo único bonito que tengo son mis ojos y mi cabello. Me aferro a eso, descuido todos los demás aspectos de mi apariencia para cuidar solo eso. Porque soy color café, porque soy moreno, porque soy oscuro.

Un día entro en las plataformas sociales y leo “chairo” por aquí, “chairo” por allá, “chairo” en la médula de un sistema que se alimenta de atención. Por un momento pienso que es un término ranchero, de pueblo, usado para humillar a los simpatizantes de un partido político.

Aprendo un poco de japonés, y mi mente empieza a darle sentido a palabras que no deberían blandirse así. Descubro que soy cha-iro, color té, color café. En mis avatares, disfraces digitales y reacciones virtuales, sin darme cuenta, comencé a ponerme tonos de piel cada vez más oscuros.

Soy cha-iro, soy cha-rio, en caminatas pensaba mientras miró el tono de piel detrás de mis antebrazos con receloa. Un bebé nace en mi familia ––“pues está bonito porque es güerito”–– dice una tía. No soy suficiente, soy cha-iro, ¡pero a quién demonios le importa!

Comentarios

Entradas populares de este blog

Cirstal year

No English no McDonalds

Carta a la ansiedad