La lluvia y la ventana: ansiedad por abandono

 


La lluvia y la ventana: ansiedad por abandono

El niño pasaba horas junto a la ventana de su cuarto. Nadie lo vería, a nadie le importaba, y él ni siquiera quería ser visto mientras desataba su imaginación para vencer la soledad. Su voz quebrada no podía competir con las burlas, y sus brazos no podían enfrentar los embates de los elementos; sin embargo, día tras día, esperaba pacientemente junto a la ventana de su cuarto.

La lluvia llegaba, el televisor narraba historias de guerreros zodiacales, y él permanecía inmóvil al borde de la ventana, con la mirada fija en la calle. Pasaban las horas, luego los fines de semana y a veces incluso semanas, pero su espera nunca cesaba. En ocasiones, bloqueaba todos los ruidos y se aislaba de cualquier distracción, para no perderse el dulce tintineo de las llaves de la puerta de entrada, señalando la llegada de alguien.

Así, pasaba el tiempo, guardando sus pensamientos, anhelando la compañía de un gato que no sabía que debía amarlo y que siempre regresaba con otro cuerpo para no dejarlo solo. La lluvia continuaba, rompiendo las noches con su estruendo. A pesar de todo, la intensidad de los sonidos, el repiqueteo de las gotas sobre el pavimento y los truenos que sacudían la ventana empañada por la paciencia lo calmaban y le proporcionaban una sensación de compañía, mientras imaginaba el eco del agua convirtiéndose en el sonido de un río.

"Todo estará bien, todo estará bien", se repetía a sí mismo mientras acariciaba su brazo izquierdo y sostenía esa mano, una señal de afecto que comenzaba a darse a sí mismo. Estaba seguro, esta vez sí, absolutamente seguro de que ella llegaría, su madre. Llegaría con una deliciosa cena, tal vez tacos o pan dulce, sus favoritos, y con más abrazos de los que un niño travieso con una voz que nadie entendía como él se merecía.

Pero los minutos se convertían en horas y las lágrimas que morían en la noche continuaban, y él permanecía junto a la ventana. Sin poder dormir, sin comida en el refrigerador, con una hermana ausente que se refugiaba en las casas de sus novios, y con gatos que desaparecían, en parte porque él les cortaba los bigotes y en parte porque ya nadie los quería, lo que lo hacía sentirse apenado. Solo cuando la voz apaciguadora de las tormentas de verano lo envolvía, se calmaba, y se dejaba llevar hacia los sueños, mientras la voz que le decía que todo estaría bien se convertía en un otro, en ella, para cantarle con la lluvia una nana que finalmente lo hacía dormir junto a la ventana, diciendo que todo estaría bien, que todo estaría bien, una ansiedad por el abandono abrazada por una lluvia de luz

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