Con los dos pies

 Con los dos pies 


La ansiedad es gigante que solo se controla con la destreza de dos pies, con la fuerza de dos piernas, y con un espejo con el cuál mirar cómo te sientes y cómo haces sentir a los demás. De otra forma, solamente caminas de manera insensata en el bosque que despierta todos tus miedos, solamente ves la mitad de la realidad con ojo, y solamente puedes escuchar las palabras que se repiten en tu pecho cubierto de los demonios. Sin dos pies, sin dos ojos, sin dos oídos, nada más te darás de tu dolor, pero no del dolor que imprimes en otros; escucharás tus llantos, no sabrás la impresión que dejan tus llantos en las personas que se acercan a ti.


Y sin dos pies cogiaras para siempre. Manipularas a las personas sin darte cuenta con toda tu angustia en mano, porque no podrás ver cómo te miran, cómo las haces sentir, cómo las alejas con tu ira nacida de la desesperación. Y así deambularás casi por por siempre, eternamente en mil momentos, en ira, en furia, en dolor, que explota producto de una ansiedad que tú solamente entiendes pero ni tú comprendes; mientras las heridas de tus acciones se manifiestan en dagas hechas de tus constantes emociones que penetran el alma de quienes te miran para ya no mirarte más. 


Por eso necesitas dos pies. Uno para apoyarte y comprender tu dolor, y uno para pararte en el espacio de las otras personas y comprender cómo te miran cuando tu angustia no te permite mirarlas. Porque con un pie simplemente manipulas, con dos pies invitas al avance y la compañía; aunque apoyar tu peso con dos pies no es fácil, es complicado, requiere de sanar uno para aliviar la carga del otro.


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