Celos y ansiedad

 Los celos son demonios. No los vemos, no los queremos ver, pero los sentimos cuando acechan. Toman nuestra garganta, asfixian nuestras inseguridades, y con el mayor de los tormentos escupen flamas en forma de insultos y de machismos más que bien aprendidos. Los celos confunden, entre ser amados y ser rechazados; y muchas veces encarnan la frustración del deseo no deseado. 

Los celos son frustración. Aquello que nace del deber, del debió, del por qué no es. Y por ello ello toman nuestra tinta digital, convierten nuestros pensamientos en indirectas, nos exigen reclamar lo que queremos y merecemos. mientras nuestra alma llora en los vestidos de cómo comportarnos frente a los otros hombres, o lloran mientras caminas dejos al tiempo que nosotros caminamos hacía el rincón de un recuerdo de abandono a nuestro pasado.

Los celos son ansiedad. Una ansiedad intempestiva, violenta, fúrica, que hiere porque teme el rechazo, porque no sabe cómo amar, porque no aprendió cómo amar ¿Por qué no aprendió cómo amar? Porque ella es el niño perdido detrás de la ventana esperando su madre, el hombre que vio la forma en la su padre o algún otro hombre la golpeaba, quien esperaba en la escuela mientras ella estaba con otro hombre. 

Por eso los celos son lo peor de la angustia y el estrés. El vino y la droga agresivamente combinados en tonos de rojo que maldicen lo incierto de la noche, que buscan, que ruegan, que sospechan, que reclaman de no ser lo más importante en la vida de quién quieren ser importantes. Por eso los celos se vuelven en interminables disculpas, en interminables caminatas solitarias por el parque, en tristeza encarnada en lo profecía que ellos escribieron y ellos cumplieron. 

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