Albantraz

 

   Albantraz


Nadie sabe lo qué es el dolor. Al menos, nadie lo sabe hasta que el dolor se apodera de nosotros de frente, sin avisarnos, sin frenar, sin alertarnos, sin tener piedad en el silencio de sus palabras que nos muerden en el aquel lugar donde las mariposas mueren. Por un momento, incluso la luz más brillante del sol se apaga con un adiós, con un arrepentimiento, con la tristeza, con la soledad, y con la profunda duda de lo que sigue. 

Nadie sabe ni está preparado para el dolor, y él tampoco lo estaba. Sus ojos se abrieron ante una noticia repleta de desesperanza mientras él esperaba todos los días, a la misma hora, cuando el amanecer rompía las olas, la llegada de sus padres. Pero más meses de los que debía esperar esperó sin que al final tuviera sentir nada; luego, llegó la desesperanza. 

Bajo la luz del sol él escuchó la noticia: "tus padres fallecieron". Las olas del mar se rompieron contra las rocas que protegían el puerto, pero estás también se rompieron contra su corazón. Cuatro lágrimas corrieron a través de sus mejillas, mientras su pecho gritaba en silencio toda la intensidad de la soledad, de la duda, de no saber qué hacer, de extrañar a quien por tantos meses había extrañado y ahora ya no podría ver.

Después sus pies caminaron hacia el muelle y al rompeolas; más tarde, lejos de toda la gente, comenzó a llorar y sus ojos se apagaron. El atardecer pintó el horizonte de naranja, y en se momento, se puso de pie para gritar en culpa todo lo que había guardado: ––Papá, mamá, perdonen por no haber podido ser el héroe que deseaban, él héroe de las historias que me contaban, el héroe que les juré ser. Si tan sólo hubiese crecido más rápido, sin tan solo hubiese crecido antes, sin tan solo hubiese podido ver más de lo que mis ojos ven ahora, seguramente ustedes se hubiesen sentido orgullosos de mí. Pero ya no están, y ya no sé si tenga la fuerza de perseguir mis sueños infantiles––. 

En ese momento no se había dado cuenta, mientras el sol se marchaba y aparecía una noche sin luna no se había dado cuenta. No se había dado cuenta que en ocasiones la ansiedad, la tristeza, y el dolor nos detienen. Porque esas cosas que nos arrebatan nuestras sombras nos impiden ver quiénes somos, qué deseamos, y cómo conseguirlo ya que generan duda y la duda nos aparta de lo que queremos y de quién queremos.  

Regresó a su casa. Sus pies se arrastraban entre la arena, y su mirada estaba perdida en ese mar amado que tantas cosas ahora le había arrebatado. Deseaba maldecir, escupir contra y enfrentar a esa diosa que seguramente había tramado el mayor de sus sufrimiento; y de sus sufrimientos deseo escapar. 

Así que caminó hacia un acantilado lejos de todo lado. Subió un par de piedras y miró cómo las olas se rompían con las olas de abajo, mientras escuchaba el murmullo de una voz que prefería ignorar. Sus pies dieron un par de pasos hacía adelante, sus ojos se cerraron, la brisa del mar onduló su cabello rizado, sus pies ya no tenían más hacia a dónde caminar, y su cuerpo calló mientras él cayó en un adiós sin haberlo dado durante medio segundo que se sintió eterno.

Pero una mano sujetó su muñeca. Después esa mano lo jaló hacía mientras él abría los ojos para mirar hacía abajo; abajo la casi inminente muerte que el dolor en ocasiones nos aconseja buscar para calmar el estrés de la incertidumbre y dolor de las pérdidas y la duda. Un anciano lo miró, lo miró como alguién que le regala compasión a alguien que no conoce en compasión que no se quiere pero que es bastante bienvenida; y después el anciano, de piel como la suya, aunque con cabello cenizo le preguntó con voz firme:––¿Qué quieres? 

—Quisiera comprar una voz. Llorar una voz, apostar todo con una sonrisa, perderme en esa sonrisa y olvidar todo como tantas veces olvidé los detalles complejos de la vida para poder vivir los sencillos. Y quisiera que mi nombre resuene, que nadie me olvide como yo no los quiero olvidar a ellos, porque en mi nombre está su esperanza de ser un héroe simplemente extraordinario; extraordinario como esa canción que resuena cada vez que alguien me llama por mi nombre, Albantraz— respondió él mientras lloraba como a veces los adultos lloran después de pedirle ayuda al alcohol o cuando ellos le piden un favor a otras drogas; cuando le piden una plegaria a una canción y cuando encuentran alguien que escuche todas sus plegarias.

*

Albantraz despertó en un lugar que no conocía. La cama en la que estaba recostado era de paja, y la habitación era redonda con paredes de madera. Poco a poco se levantó y sintió bajo sus pies desnudos el piso fresco de azulejos color marrón, y después, él camino hacia una puerta cuyo borde era ligeramente ovalado: puerta que tenía grabado el grifo sagrado de la tercera deidad. 

Sus manos empujaron la manija metálica de la puerta hacia abajo, y su brazo prosiguió a jalarla para abrirla. Poco a poco decidió salir a un balcón cual pasillo interior donde se escuchaba el sonido de una fuente octagonal repleta de arañas de agua y una que otra libélula despistada. Y así, antes de decidir qué hacer, él se quedó un rato pensando hasta que el amanecer pintó el cielo de ultramar y los monjes y sacerdotisas del templo comenzaron a abrir las puertas de sus aposentos de forma unísona. 

Acto seguido, debajo de él, se abrieron un par de puertas de donde salieron niñas y niñas que entre pucheros y bostezos entintan con otros sonidos el aura del lugar. Albantraz sabía perfectamente quiénes eran esos niños, y por fin comprendió en qué lugar se encontraba. Esos niños cuyas edades iban de dos a quince años eran aquellos que fueron acogidos por el máximo templo de su ciudad: ––Aquellos que perdieron a sus padres por abandono, enfermedad, guerra y por las caprichosas aguas de nuestra tercera deidad. 

Poco a poco comenzó a bajar las escaleras que giraban discretamente hasta mezclarse con la entrada del templo. A lo lejos se escuchaban los rezos de personas que se sentaban bajo las sobras de los balcones, y a lo lejos también se apreciaba el aroma a especias y pan recién horneado. Y cansado como se sentía, Albantraz ignoró el sonido y siguió el aroma hasta llegar a una gran sala donde las gentes del templo se encontraban comiendo con los niños.

—Llegas tarde Albantraz–– le dijo el anciano que lo había rescatado. 

—¿No sé cómo puedo llegar tarde a un lugar al que no fui invitado?–– preguntó él.

––Tu cuerpo y tus lágrimas te invitaron hasta aquí. Tu cuerpo estaba cansado de no comer, y tu alma estaba cansada de tanto llorar. Y después de que te rescaté, simplemente caíste desmayado. Pero bueno, creo que también sabes lo qué significa que estés acá. 

—Significa que ahora debo de reconocer que soy un simple huérfano viviendo de las miserias de la ciudad…—espetó él.

—Nadie aquí vive realmente de miserias. La mayoría de los niños que acogemos terminan convirtiéndose en personas importantes cuando crecen. El gobierno, el templo, y la iglesia saben que es obligación de todos cuidarlos porque nadie sabe cuando los caprichos de la tragedia pueden romper tu vida.  

—No necesito de su lastima–– reclamó Albantraz. 

—Pero bien que la necesitas ¿Quién crees que te ha llevado pan y pescado durante todos estos meses que esperaste saber sobre tus padres? Nosotros no te podíamos dejar solo, pero tampoco traerte hasta aquí hasta saber qué pasó realmente— comentó el anciano.

—Alguien que vive de la lástima no puede ser un héroe–– dijo él.

—Alguien que vive para lastimarse con tal de no recibir ayuda es quien no puede ser realmente un héroe—  mencionó el anciano mientras iba por un plato con pan y pescado marinado: plato que colocó sobre las manos de Albantraz. 

Albantraz se sentó a regañadientes. Después, el anciano se sentó frente a él lo cual lo incómodo. Por ello, como buscando un ligero pretexto, se acercó a una barra donde algunas personas de la ciudad servían comida, y cogió un vaso con agua de sandía, así como un tenedor para después regresar a la mesa mientras veía a uno de los monjes colocar una charola de alimentos donde había sentado la persona que salvó su vida. 

El niño que estuvo a punto de quitarse la vida comió sin apuro, sin prisa, sin entusiasmo. Sus bocados solamente se alimentaban por la necesidad, por la resignación, por la urgencia de llenar parte del agujero que sentía. Aún así, su paladar agradeció el agua dulce de sandía y los condimentos de pescados que tanto le recordaban a los platillos que solían preparar sus padres.

Acto seguido, un gatito manchado con ojos azules empujó las puertas del lugar e inmediatamente se sentó sobre el regazo de Albantraz quien no hesito un compartir un bocado de pan y pescado con el maullativo animal. Y con la sonrisa que hacen los gatos cuando estos están felices, el joven de corazón vacío sonrió por primera vez en meses. Y eso también reconfortó al anciano que pensó que aquella sonrisa le iba costar más trabajo, pero algo más notó él cuando miró la forma en que Albantraz interactuaba con el gatito.   

*

Se dice que el primer dragón de la tercera deidad cruzó el Mar del Café acompañada de gatos. Las olas eran intensas, las tormentas feroces, pero ella utilizó su poder y se aferró a la compasión que sentía por sus amigos felinos para salir adelante. Después de todo, ella era el dragón del agua y el mar la llamaba para buscar aventuras y abrirse camino hacía un nuevo mundo, hacía una nueva tierra, más allá de los conflictos de la tierra que conocía

Esa noche Albantraz durmió con sus ojos hundidos en la oscuridad de su corazón. De nuevo le habían permitido quedarse en una habitación privada, y de nueva cuenta recostó su cuerpo sobre el colchón de paja. Aves marinas se escuchaban afuera de su ventana, y ronroneo de cinco gatos que se encariñaron con él, lo acompañaban debajo de sus cobijas como ruido gris que te protege de pensamientos negros; así que él cerró sus ojos hundidos, tal como nuestra admiración se hunde en el mar de la noche, y su alma fue a un mundo mundo.

Él abrió sus párpados en un sueño vacío. No podía ver nada más que su cuerpo y las ondas plateadas que hacía sus pasos sobre un somero lago que se extendía infinitamente. Por un momento se sintió perdido hasta que un camino de rosas incandescentes se prendió a su alrededor; y él siguió este estrecho camino mientras pensaba en su dolor, mientras recordaba el niño travieso que era antes de sentir su dolor. 

Por un momento se detuvo. No sabía, no quería si debía ir hacía atrás o hacia adelante pero un pequeño gato hecho de luz blanca apareció a su lado, y con sus pasos que reverberaban con lo guió aquel lugar que seriamente significaba ir hacía adelante. Así que caminó detrás del felino mientras sentía tristeza por el presente y deseos de hacer travesuras como robar pescado para dárselo a las mamás gatos mientras su máma lo regañaba a pesar de que él deseaba ser un héroe.  

Minutos pasaron. Pasaron esos minutos en los que sientes que debes de pasar el tiempo sin dejar el pasar el tiempo pero deseando dejar el tiempo como si se tratase de una ola salvaje que se lleva tu tristeza, y finalmente llegó a una isla. La isla era pequeña, de unos cinco metros de diámetro y tapizada con delicados pastos plateados y piedras que formaban el sagrado del número tres.    

Poco a poco se acercó hasta ahí. Y la luna nueva que no se veía se convirtió en una luna llena cuya luz blanca iluminó a una mujer que estaba sentada mirando el horizonte carente de horizonte, al tiempo que un quinteto de gatos de todos los colores restregaba sus cabezas contra su largo vestido que cubría un pantalón de piel y contra el peto de una armadura de hierro ligeramente oxidada. Acto seguido, la mujer se levantó al verlo, y con una seña de la mano, le pidió a Albantraz que se acercará. 

Él preguntó —¿Quién eres?–– Ella respondió ––Soy solamente el fantasma de la lluvia, la marea y las lágrimas. La manifestación consciente y renaciente de los sentimientos del agua que nos rodea. Pero dime niño con dolor en los ojos, ¿quién eres tú?––.

—Soy alguien que quiere ser un héroe. Aunque ahora dudo que lo pueda ser–– comentó cabizbajo.  

––¿Por qué lo dudas?–– preguntó ella mientras caminaba para acariciar el cabello de Albantraz en gesto de compasión y de cariño.

—Porque perdí mi motivo para serlo, y solamente me quedan las ganas, pero no demasiadas ganas— dijeron los labios de Albantraz al tiempo que el gato de luz se restregaba en sus piernas en gesto felino que ella vio y respondió con una sonrisa. 

—Soy débil, solamente me siento débil— comentó él mientras ella lo cobijaba con sus brazos que sentían tan cálidos como las olas de la playa al mediodía.

—¿Quieres que te cuente algo?–– preguntó ella al terminar de abrazarlo. Él movió su cabeza en respuesta y ella le platico que también tenía miedo cuando zarpó en ese pequeño barco rodeado de hombres y mujeres desesperados y un puñado de gatos. Que sintió terror después de haber escapado y estar sufriendo por estar escapando de las cenizas de la guerra. Y que por un momento se sintió sola hasta que escuchó la voz de los ríos corriendo por sus venas para finalmente darse cuenta que ella era el primer dragón, la esencia más pura de la primera divinidad.   

—Tú puedes ser quien quieras mientras no pierdas el deseo de ser quien quieras. Solamente aférrate, como lo has hecho tantas veces, a tus sueños de aventuras y camina soñado, pero siempre despierto a los pies de las corrientes que tantas veces te atreves a desafiar. Y cuando estés triste, cuando pienses que no puedes luchar más, entonces recuerda y siente la forma en la que el agua nacida de las estrellas recorre tus venas, porque eres especial, más especial de lo que crees–– dijo el alma de la tercera deidad mientras la brisa de un oceano que se veía ondulaba su negro y esponjado cabello ligeramente trenzado. 

*

Albantraz despertó con un nudo de dudas. El aire comenzó a sentirse frío en una noche que aún no dejaba de ser noche, y una neblina espesa comenzó a cubrir la ciudad, y después únicamente el templo; y finalmente, esta neblina sólo cubrió la habitación su habitación. Poco a poco, mientras estragos comenzaron a escucharse en las calles de abajo, la neblina con sus tonos grises y azules acompañados de una luz que no deseaba ser una luz, se condensó al costado de su cama.

Su corazón latió cien miedos en un minuto. Y de la neblina surgió la figura de una mujer encapuchada de la cabeza a los ojos: una mujer con alas, pies gris ligeramente agrietado y unos labios que se habían quedado suspendidos entre una expresión de dolor y desesperación. Acto seguido, un par de alas grises emergieron de la espalda de la mujer mientras Albantraz se arrinconaba en la esquina de la mujer, y después ella, hincándose frente a él, le mostró una flama azul que sacó de su pecho e inmediatamente preguntarle en un tono carente de todo sentimientos: —¿Quiéres ver a tus padres?––.

Todo el aire escapó del cuerpo de Albantraz. Él sintió que perdió toda su energergía después de escuchar esa pregunta que contenía una respuesta a lo que más deseaba en un mundo. Su corazón deseaba morir, la flama en el pecho que lo invitaba a seguir adelante y le daba energía se había desvanecido junto con la esperanza de una espera que terminó rompiendo todos sus sueños y con ellos su ser. Poco a poco, con la energía que luego le da la ansiedad a la tristeza, se acercó a la mujer y después de mirar el deseo en esa flama azul que sostenía ella con su mano, simplemente dijo que no…

La mujer se acomodó al costado de la cama y extendió sus piernas por el piso. Su largo vestido azul que cubría un par de pantalones y los suspiros de una armadura de llama se onduló mientras tocaba el suelo. Acto seguido, con su voz carente de sentimientos, ella miró a la nada y le dijo a Albantraz: —Que decepción, no esperaba esto de ti. Te ofrecí algo y lo rechazaste cuando eso que te ofrecía implicaba ganar más de lo que yo pensaba quitarte—.

Posteriormente la mujer se sentó en la cama mientras el joven Albantraz encendía una lámpara cuya luz mostraba el por qué su decisión había sido tan sensata. Ya que como en las historias que tanto había escuchado de los mercaderes y los sabios, aquella mujer alada no tenía sombra; por ello, aceptar cualquier cosa que ella te ofrecía, era aceptar perderte a ti mismo. Pero él, con todo su dolor circulando de nueva cuenta como el aire que había perdido en la desesperación de la pregunta cargada del deseo, colocó la lámpara sobre el taburete de madera que estaba al lado de su cama, y con un suspiró de compasión se sentó al lado de ella. 

—Que mal que me hayas rechazado Albantraz. Tienes tanto potencial, tanta capacidad, y a pesar de que no eres lo que ellos esperan, pudiste haberte convertido en alguien extraordinario como el hermano de hechicero que aceptó mi propuesta. Si tan solo hubieses que sí ahora serías el segundo Vargá’arar de la historia: alguién que despertó todo su potencial más allá de su potencial, sin perder la noción de quién eres y con tus padres caminando de nueva en este mundo al saber que sucumbiste ante tu deseo— dijo ella mientras su cabeza se inclinaba hacía abajo. 

––He escuchado muchas historias, y leído muchas historias, además de que me contaron muchas historias mis padres antes de dormir. Y en cada una de esas historias se repite el mismo tema que dice que los restos de sentimientos son restos de caminos que ya no tomaremos. Así que no pude aceptar tu oferta, mucho menos si me quiero convertir en un gran héroe, son estos felinos que se atreven a dormir en la misma cama que el inquieto de Albantraz.   

—¿Así que esa es tu decisión?–– preguntó ella. 

—Por más que me duela no volver a mis padres, me dolería más no convertirme en el héroe que les juré ser. Así que esa es mi decisión, mi estimada guía del heraldo de la novena deidad–– respondió él.

—Ya veo…es una lástima, pero ya veo. Tienes que irte de aquí. Por más que no quiera ofrecerle tratos a las personas, la influencia del noveno pilar me obliga a ser quien soy. Esta es la última vez que hablamos, así que escúchame Gran Albantraz, y apurate que un par de niños corren peligro–– dijo la guía de la novena deidad mientras para después desaparecer mientras el ruido que se escuchaba abajo se intensificaban.

*

Las puertas de todas las habitaciones del templo se abrieron. Albantraz bajo rápidamente las escaleras y se dirigió a la salida del lugar mientras un gato de pelaje blanco como la luna corría detrás del él. Campanas se escucharon por toda la ciudad, por todo el puerto, como si aquella presencia que le quiso dar una salida a su agonía le haya dado una salida a otras personas mientras que una ligera neblina comenzaba formarse de nueva cuenta.

Por un momento su corazón se detuvo en nuevas emociones, en las nuevas intenciones de volverse un héroe. Pero cuando estaba por abandonar el santuario en busca de esos niños que corrían peligro, el anciano que lo había salvado lo detuvo al jalarlo de su camisa. Albantraz miró hacía atrás, le explicó al hombre que no tenía tiempo que perder, que alguien corría peligro, y en ese momento el anciano lo dejo ir para después detrás de él mientras pensaba:––Albantraz, muéstrame si lo que ví en ti no fue una simple alucinación mía.   

Albantraz corrió cuesta abajo con todas sus fuerzas. No podía ver lejos, solamente el piso adoquinado con ladrillos y las lámparas que vislumbraba las fachadas multicolor de la ciudad. Por un momento, mientras escuchaba el grito de un par de niños, le suplicó a su corazón que le diera un poco de fuerza, y de repente, el gato de luz apareció detrás de él para después entrar por su espalda. 

Él sintió una fuerza extraordinaria. De repente, su cuerpo se hizo más ligero, y como si fuese aceptado por la tercera deidad y su amor a los gatos, él obtuvo muchas cualidades de los felinos. Así que para ahorrar tiempo brincó hacía los techos de los edificios y después saltó por los techos de estos hasta que logró mirar, bajo la delicada luz de un faro, a los dos niños que estaban abrazados en terror absoluto. 

Él cayó frente a ellos. Le dijo a la pequeña que todo estaría bien mientras que el niño asentaba con la cabeza. Después Albantraz giró su cuerpo, y con todo el dolor en su corazón miró un un hombre que estaba terminando de hacer un trato con el ángel de la muerte, la pobre mujer que fue elegida como la guía de la novena deidad: y eso era lo que tenía aterrados a los pequeños. El hombre dijo al final que sí aceptaba lo que el ángel le ofrecía y el ángel desapareció al tiempo que él perdía su sombra, después su voluntad, y al final todo su ser. 

El hombre sin sombra y miasma que lo rodeaba sacó una navaja y rápidamente atacó a los niños evitando a Albantraz. Pero Albantraz dio un saltó de ruleta hacía tras e inmediatamente golpeó al hombre con todas sus fuerzas. Los niños lo miraron, mientras que el hombre sin sombra se desvanecía junto a la neblina que cubría todo el lugar. 

—Todo está bien. Ahora vayan a casa y no vuelvan a salir a jugar a esta hora–– le dijo él a los niños y estos le hicieron caso. Cinco segundos, cinco respiros largos, pasos se escucharon, y cinco latidos se manifestaron como miedo en su corazón. Acto seguido, bajo la luz de una las lámparas de la ciudad se manifestó el anciano que le salvó la vida; anciano que le dijo, en voz tranquila:––Al parecer fuiste realmente elegido como aprendiz de sacerdote de la deidad de las aguas. 

El amanecer se hizo presente. La brisa del mar comenzaba a respirarse con la calma que los sueños tienen. Y él, él de nuevo, comenzó a sonreír para después preguntarle al anciano, no, al sacerdote de la tercera deidad:––¿Realmente crees que pueda convertirme en un héroe? 

El sacerdote sonrió con sus labios amables, y con esa amabilidad respondió:––La tercera deidad no hace de cualquier discípulo. Eso quiere decir que tienes el potencial para ser la persona que deseas ser. Aunque sabes, te advirtió que te esperar un arduo entrenamiento, y también te advierto que te puede esperar mucho más dolor en tu camino; así que, sí estás listo déjame ayudarte para que realmente te conviertas en el gran Albantraz del que todo mundo hablará.   


  

   



  


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